miércoles, 20 de enero de 2016

Venciendo tus miedos


El miedo muchas veces es para auto-preservarnos, pero muchas otras nos limita a vivir la vida más fluida, más felices. Obviamente se necesita todo un proceso para que superemos nuestros miedos, pero en ocasiones el miedo desaparece enfrentándolo, definiéndolo. Depende mucho de la etapa de la vida en la que te encuentres.

1. Miedo a la Soledad.

Hay dos opciones que se pueden considerar. La primera es que el ego trabaja en su banal causa de hacerte creer que realmente estás solo, que tu estás unido a los demás, con el fin de sentirte protagonista de la vida y encontrar el reconocimiento, en todos los niveles que te imagines, en la familia, en la pareja, en el grupo de amistades, en el trabajo y en la sociedad. La segunda opción es que el Espíritu desea que recuerdes que eres parte de una Totalidad. Que tu siempre estás unido a la energía integradora de Dios, que se manifiesta en una llama interior que tu posees, una luz que debes expandir.

Cuando le das fuerza a esa luz interior, comienzas a mirar con los ojos de tu corazón y empiezas a ser consciente de que siempre tienes compañía. Es la compañía con tu ser interior y con tu Creador Supremo. Llegarás a comprender que la soledad es una maravillosa oportunidad de la vida para compartir contigo mismo; y justamente en este momento, empezarán a aparecer aquellas personas que vibrarán con tu misma sintonía e intensidad.

2. Miedo a la escasez.

Superar el miedo a estar escaso, sin dinero u oportunidades para ser cada vez más abundante, requiere de un trabajo contigo mismo. Debes darte la oportunidad para considerar que tus emociones sientan ese “deseo de merecer lo mejor para tu vida”. El sentimiento de víctima, es una señal de que el fantasma del miedo esta invadiéndote.
Hay una palabra de siete letras que, cuando la repites, empieza a dar claridad al estado de abundancia que hoy tienes. Esta palabra es “GRACIAS”.

Cuando agradeces por todo cuanto tienes en este momento y por lo que llegará a ti, comienzas a ser perceptible de todas las cosas que Dios te ofrece cada día. Gracias Dios por abrir los ojos este día de hoy, por poder respirar un día más. Gracias por la cama donde duermo, por las situaciones que parecen adversas; pero me Dejan sabiduría. Gracias Dios por la sonrisa que me regalo esa persona que no conozco. Gracias Dios por Tener trabajo, por la comida caliente, por la taza de cafe. Agradece y, en poco tiempo, todos tus deseos comenzaran a materializarse.

3. Miedo a la enfermedad.

La enfermedad es un desequilibrio de tu estado de conciencia. Cuando empiezas a sentirte débil, está claro que perdiste tu fortaleza interior. “Enfermedad”, es una palabra compuesta del latin “in-firmus”, que significa “Sin Firmeza”. Si comienzas a erradicar las auto-culpas, estarás dejando las cárceles del saboteo mental y te liberarás de estas ataduras.

El filosofo Platón dijo: “mente sana en cuerpo sano”. Piensa positivo respecto de ti mismo. La enfermedad se contagia, perjudicando a otro ser, como se puede contagiar la salud. Reconcíliate con el pasado, perdona íntimamente en tu corazón todos los sucesos de dolor y llena tu corazón de alegría, perdón y paz.

Permanece también en silencio, porque Dios te hablará en este espacio de meditación. El remedio para la enfermedad es el Amor. Te daras cuenta que, de todos los medicamentos, el amor también crea adicción. Conviértete en un “adicto al amor”, llénate de amor, ya que nadie puede otorgar lo que no tiene, da amor y recibirás a cambio amor. Estarás cada vez mas sano y lleno de vitalidad. El mundo necesita que estés saludable, para poder cumplir tu rol de ser un gestor de cambios en este planeta, que necesita curar su alma.

Si hay algo de lo que podemos estar seguros es que, cuando Dios lo disponga, partiremos de esta vida, no antes ni después. Cuando el médico nos da la primera nalgada para que comencemos a respirar, se activa la cuenta regresiva; ese tic-tac que nos indica que vamos yendo hacia el día que debamos “parar”. Es por eso que la vida es un constante “Pre-parar”, es decir, una invitación a trascender en cada instante vivido, hasta que llegue tu turno de “parar”.

4. Miedo a la muerte.

Cierra tus ojos un momento e imagina que hace una semana que has muerto y que estás en el cementerio visitando tu propia tumba. Miras tu lapida y lees tu nombre, tus fechas de nacimiento y de partida de este mundo. A continuación, piensa en cual es la frase que escribiría la humanidad acerca de ti, en tu propia lapida:

Qué dirían de ti? Que fracasaste en muchas de las áreas de tu vida?; Que la gente agradece que hayas partido, porque les hiciste la vida amarga?; o Qué sienten profundamente tu partida y que dejaste un espacio vacío en la humanidad, que nunca nadie podrá llenar?
Qué diste? Qué cediste? Qué donaste? A quién ayudaste? De qué te privaste?

Escribe en un papel que es lo que deseas que quede grabado en la piedra, cuando partas de este mundo. Trabaja, día tras día, para acercarte a este enunciado que declaras.
El miedo a la muerte se supera, cuando tu meta es proyectarte en la Trascendencia de tu entrega, bondad, generosidad, desprendimiento, altruismo, amor al prójimo, capacidad de despojarte, sin condiciones, sin esperar retribuciones, que vivirá en la memoria y los corazones de quienes hiciste contacto en la vida e hiciste felices.

martes, 19 de enero de 2016

Lo esencial es invisible para nuestros ojos...


–Buenos días –dijo el zorro. –Buenos días –respondió cortésmente el Principito, que se dio vuelta, pero no vio nada.

Estoy acá, –dijo la voz –bajo el manzano... 
–¿Quién eres? –dijo el Principito–. Eres muy lindo...
–Soy un zorro –dijo el zorro. 
–Ven a jugar conmigo –le propuso el Principito–. ¡Estoy tan triste!... 
–No puedo jugar contigo –dijo el zorro–. No estoy domesticado. 
–¡Ah! Perdón – dijo el Principito.
Pero después de reflexionar agregó: 
–¿Qué significa “domesticar”? 
–No eres de aquí –dijo el zorro–. ¿qué buscas? 
–Busco a los hombres –dijo el Principito–. 
¿Qué significa “domesticar”? –Los hombres –dijo el zorro– tienen fusiles y cazan. Es muy molesto. También crían gallinas. Es su único interes. ¿Buscas gallinas? 
–No –díjo el Principito–. Busco amigos. ¿Qué significa “domesticar”? –volvió a preguntar el Principito–. 
–Es una cosa ya olvidada –dijo el zorro–, significa “crear lazos”.
–¿Crear lazos?
–Si –dijo el zorro–. Para mi no eres todavía más que un muchachito semejante a cien mil muchachitos. No te necesito. Y tú tampoco me necesitas. No soy para ti más que un zorro semejante a cien mil zorros. Pero, si me domesticas, tendremos necesidad el uno del otro. Serás para mí único en el mundo. Seré para ti único en el mundo.

–Empiezo a comprender –dijo el Principito–. Hay una flor... Creo que me ha domesticado... 

–Es posible –dijo el zorro–. ¡En la tierra se ve toda clase de cosas...!

¡Oh! No es en la tierra –dijo el Principito–. 

El zorro pareció intrigado: –¿En otro planeta? 
–Sí.
–¿Hay cazadores en ese planeta? 
–No –¡Es interesante eso! ¿Y gallinas? 
–No 
–No hay nada perfecto –suspiró el zorro.

Pero el zorro volvió a su idea: 
–Mi vida es monótona. Cazo gallinas, los hombres me cazan. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres se parecen. Me aburro, pues, un poco. Pero, si me domesticas, mi vida se llenará de sol. Conoceré un ruido de pasos que será diferente a todos los otros. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra. El tuyo me llamará fuera de la madriguera, como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves, allá, los campos de trigo? Yo no como pan. Para mí el trigo es inútil.
Los campos de trigo no me recuerdan nada. ¡Es bien triste! Pero tú tienes cabellos color de oro. Cuando me hayas domesticado, ¡será maravilloso! El trigo dorado será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo.

El zorro calló y miró largo rato al Principito: 

–¡Por favor... domestícame! –dijo.
–Bien lo quisiera –respondió el Principito–, pero no tengo mucho tiempo. Tengo que encontrar amigos y conocer muchas cosas. 
–Sólo se conocen las cosas que se domestican –dijo el zorro–. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Compran cosas hechas a los mercaderes. Pero como no existen mercaderes de amigos, los hombres ya no tienen amigos, ¡domestícame! 
–¿Qué hay que hacer? –dijo el Principito–. Hay que ser muy paciente –respondió el zorro–. Te sentarás al principió un poco lejos de mí, así, en la hierba. Te miraré de reojo y no dirás nada. La palabra es fuente de malentendidos. Pero, cada día, podrás sentarte un poco más cerca.
–Hubiese sido mejor venir a la misma hora –dijo el zorro–. Si vienes, por ejemplo a las cuatro de la tarde, comenzaré a ser feliz desde las tres. Cuanto más avancé la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto; ¡descubriré el precio de la felicidad! Pero si vienes a cualquier hora, nunca sabré a qué horas preparar mi corazón... Los ritos son necesarios. 

–¿Qué es un rito? –dijo el Principito–.

–Es también algo demasiado olvidado –dijo el zorro–. Es lo que hace que un día sea diferente a los otros días: una hora, de las otras horas. Entre los cazadores, por ejemplo, hay un rito. El jueves bailan con las muchachas del pueblo. El jueves es, pues, un día maravilloso. Voy a pasearme por la viña. Si los cazadores no bailaran en día fijo, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones.

Así el Principito domesticó al zorro. Y cuando se acercó la hora de la partida: –¡Ah!... –dijo el zorro–. Voy a llorar.

–Tuya es la culpa –dijo el Principito–. No deseaba hacerte mal pero quisiste que te domesticara.
–Sí –dijo el zorro–.
–¡Pero vas a llorar! –dijo el Principito–. –Sí –dijo el zorro.
–Entonces, no ganas nada.
–Gano –dijo el zorro –, por el color del trigo.

Luego agregó:

–Ve y mira nuevamente a las rosas. Comprenderás que la tuya es única en el mundo. Volverás para decirme adiós y te regalaré un secreto.

El Principito se fue a ver nuevamente las rosas:

–No sois en absoluto parecidas a mi rosa: no sois nada aún –les dijo–. Nadie os ha domesticado y no habéis domesticado a nadie. Sois como era mi zorro. No era más que un zorro semejante a cien mil otros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.

Y las rosas se sintieron bien molestas.
–Sois bellas, pero estáis vacías –les dijo–. No se puede morir por vosotras. Sin duda que un transeúnte común creerá que mi rosa se os parece. Pero ella sola es más importante que todas vosotras, puesto que es ella la rosa a quien he regado. Puesto que es ella la rosa a quien puse bajo un globo. Puesto que es ella la rosa que abrigue con el biombo. Puesto que es ella la rosa cuyas orugas maté. Puesto que es ella la rosa a quien escuché quejarse, o alabarse, o aún, algunas veces callarse. Puesto que ella es mi rosa.

Y volvió hacia el zorro:
–Adiós –dijo.
–Adiós –dijo el zorro–. He aquí mi secreto. Es muy simple: no se ve bien sino con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos.
–Lo esencial es invisible a los ojos –repitió el Principito, a fin de acordarse.
–El tiempo que perdiste con tu rosa hace que tu rosa sea tan importante.
–El tiempo que perdí por mi rosa... –dijo el Principito, a fin de acordarse.
–Los hombres han olvidado esta verdad –dijo el zorro–. Pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Eres responsable de tu rosa.

–Soy responsable de mi rosa... –repitió el Principito, a fin de acordarse.